Psicodrama y Magia – Un Ensayo

El todo es mente, dijo Hermes Trismegisto, uno de los grandes referentes del pensamiento hermético. Según su teoría, todo lo creamos primero en la mente y luego lo llevamos a la realidad a través de la acción, la intención y el deseo. Esta idea no es una simple metáfora: es un principio central en las prácticas mágicas, espirituales y esotéricas de muchas culturas. La mente no solo interpreta el mundo; también lo moldea. 

En el mundo esotérico, la intención es un componente principal. Por eso, espiritualistas y practicantes de diferentes tradiciones insisten en la importancia de la meditación y la visualización. A simple vista, podría parecer una moda contemporánea, pero en realidad se trata de un sistema ancestral que cada cultura ha adoptado con sus propias particularidades. Aunque cambien los materiales y símbolos, el núcleo de estas prácticas permanece constante: la creencia en la capacidad del ser humano para influir en la realidad a través del pensamiento y la emoción. 

La magia ha sido parte integral de la experiencia humana desde tiempos remotos. Ha funcionado como un puente entre el deseo interno y la transformación externa. Hombres y mujeres han intentado modificar su entorno mediante símbolos, cantos, rituales y objetos consagrados. Sin embargo, la esencia de la magia no radica en velas o fórmulas místicas, sino en la mente y en el poder de la intención. 

El psicodrama, por ejemplo, nos ofrece una clave para comprender esta dinámica. Creado por Jacob Levy Moreno en el siglo XX como una técnica terapéutica, el psicodrama permite a los individuos dramatizar sus emociones, deseos y conflictos, explorándolos desde una experiencia vivencial. Esta dramatización activa niveles profundos de la mente, permitiendo una reconfiguración interna que genera cambios externos. De forma análoga, la magia ceremonial también funciona como un psicodrama simbólico: cada gesto, palabra u objeto colocado con propósito es una forma de activar la mente subconsciente y manifestar la intención. 

Cuando participamos en un ritual mágico no estamos simplemente representando una escena vacía. Estamos dramatizando lo que llevamos dentro, materializando nuestros deseos y dándoles un espacio para expresarse. Es aquí donde surge el concepto de egregor, esa entidad o campo energético generado por la fuerza colectiva de pensamientos, emociones y símbolos. Un egregor cobra vida cuando la mente se enfoca con profundidad, y por ello, la magia es tanto un fenómeno psíquico como espiritual y colectivo. 

¿Pero si todo es mental, por qué usar objetos en la magia? Los herméticos desarrollaron técnicas para dominar la mente, como visualizar objetos, olerlos, sentir su peso o temperatura, con el fin de atraer energías específicas. Pero incluso ellos sabían que no basta con imaginar: es necesario conectarse con el espíritu del objeto. No se trata solo de visualizarlo, sino de poseer su energía y lograr que te obedezca. Una tarea compleja. 

Por eso, el uso de objetos materiales en los rituales no es contradictorio con el principio mentalista, sino complementario. Estos objetos permiten que la mente se enfoque, al poder verlos, olerlos, tocarlos. Además, poseen una energía particular que el brujo o sacerdote ha buscado, comprado o consagrado, conquistando así su fuerza espiritual. Al recrear el acto mágico con objetos tangibles, atraemos el espíritu desde la materia hacia el plano mental y astral. 

Cada ritual, entonces, es un psicodrama ceremonial en el que participamos para entrenar y afinar la mente. No se realiza para agradar a deidades externas o impresionar a otros, sino para ordenar nuestra energía interna y dirigirla hacia un objetivo claro. Encender una vela, pronunciar un hechizo o trazar un símbolo no son actos vacíos: son gestos simbólicos que despiertan la chispa creadora en nuestro interior. 

Es importante destacar que estas prácticas no son exclusivas de una sola tradición. Sería un error afirmar que solo la hoja abre caminos caribeña es capaz de abrir caminos espirituales en el mundo. Cada cultura ha empleado distintos elementos autóctonos con propósitos similares, logrando resultados equivalentes. Esto demuestra que el principio activo no está en el objeto per se, sino en su vínculo simbólico, energético y emocional con el practicante. 

Así, toda creencia animista, desde las más antiguas hasta las contemporáneas, se basa en estos principios: intención, energía, símbolo y acción. Han sido estudiadas por grandes eruditos, revelando una estructura común entre prácticas mágicas de culturas muy diversas. El resultado siempre es similar: la mente y la energía como ejes de transformación. 

Pero entonces… ¿por qué la magia no siempre es 100% efectiva? 

  1. Tal vez no hemos hecho lo suficiente y necesitamos hacer más. 
  2. Algunos asuntos requieren más tiempo para manifestarse. 
  3. No somos dioses. Aunque una parte de Dios habita en nosotros, no todo lo podemos resolver. Además, muchas veces competimos con otras personas que también proyectan su energía e intención sobre la misma situación. 

En definitiva, la magia nos recuerda que somos co-creadores de nuestra realidad. A través de símbolos, emociones y rituales, activamos una fuerza que trasciende lo visible. Aunque muchas veces se presente como misteriosa, su verdadera esencia es profundamente humana: involucra la mente, el corazón y el deseo de dar forma a nuestra existencia. 

Regresaremos, así, a la raíz donde habita la esencia de nuestro espíritu. 

Samuel Ortega Babalosun Okandeniye Atanda 

Tadeu Azimi Babalosun Ibu Okan Ire 

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